Mamut by Eva Baltasar

Mamut by Eva Baltasar

autor:Eva Baltasar [Baltasar, Eva]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2022-03-01T00:00:00+00:00


TRES

Me horroriza la ausencia de deseo. Es como si la criatura me lo hubiese arrebatado y me utilizase como instrumento para satisfacerla. O, mejor dicho, como criada. A media mañana, me siento a tomar café y, de repente, el nuevo huésped, caprichoso y perverso, me ordena que me levante. Se ha instalado en mi interior con una campana. Abro la nevera y como mermelada a cucharadas, de pie. Cuando se sacia, echo el bote vacío a la basura y continúo con el café, ahora frío y amargo, que me deja un resabio a cenicero. Me angustia imaginar lo que sucede. Me angustia pensar que he retenido el líquido del pastor. Que se ha producido un injerto, y un horrible y desproporcionado cordero está creciendo dentro de mí, en el lugar destinado para ello. Imagino una urna almohadillada, un receptáculo estanco. Paso mi mano por mi vientre liso y nadie diría que soy una despensa. Me hice la prueba hace un mes. Conduje treinta kilómetros hasta una farmacia desconocida y salí con una cajita envuelta en papel fino. Entré en el primer bar que encontré. No había ninguna mesa vacía. Los clientes parecían figurantes, llevaban vasos a sus bocas, que luego lucían labios brillantes. Patatas bravas, croquetas, calamares. En cada mesa, el festín de la grasa. Me dieron arcadas y me dirigí directamente a la barra. Maldecía a quienes me miraban. Gente de todas las edades. Animales. Deseaba que todos fueran ciegos. Un mundo donde mis ojos fueran los únicos ojos sanos. Ocho o nueve meses de epidemia habrían sido suficientes. Pedí un agua con gas y busqué los lavabos. Me encerré en uno de ellos. El suelo estaba pringoso y no había papel. Me tapé la boca con una mano y contuve la respiración. Donde había gente, el mundo era grasiento. Cuanta más gente, más grasiento. Desenvolví el paquete de la farmacia, eché el papel al váter y abrí la cajita para leer las instrucciones. Eran para idiotas y tuve que seguirlas. Las cumplí al pie de la letra y, con la mano empapada de pipí, esperé a que apareciera la rayita azul. Una única rayita significaba negativo. Primero apareció una, y al cabo de unos segundos la otra. Tiré el test a la papelera y permanecí sentada en la taza hasta que alguien golpeó la puerta.

Estaba embarazada y no podía dejar de pensar en ello. Imposible olvidarlo durante un segundo, descansar. El terror lo impregnaba todo, como cuando se declara una guerra. Por la noche, soñaba. Tenía sueños de persecución, en los que no podía huir porque mi descomunal barriga había borrado mis piernas. Pasaba la noche con las narinas abiertas y el corazón amedrentado, buscando un lugar donde esconderme. Uniformadas hordas me perseguían. Camareros, mozos, soldados, pilotos, cajeros, pastores. Hombres y mujeres de tela. Hombres y mujeres de una incuestionable fortaleza, de una suciedad sin medida. Querían quitarme la barriga, asimilarla. Despertaba con la piel fría y la garganta cerrada, y extrañaba los balidos de los corderos. Alguna noche, bajaba al establo.



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